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Amos Oz gana el premio Kafka

Gana el escritor israelí Amos Oz el Premio Franz Kafka 2013

Le será entregado en una ceremonia a realizarse en Praga a finales de octubre.

AFP 
Publicado: 27/05/2013 12:16

 

El premio literario Franz Kafka para el año 2013 fue atribuido por un jurado internacional a Amos Oz, el escritor israelí más conocido en el mundo, autor de una obra traducida a unos 30 idiomas, se anunció el lunes en Praga.

El premio, dotado con 10 mil dólares, será entregado a Amos Oz durante una ceremonia organizada en la alcaldía de Praga a fines de octubre, con motivo de la fiesta nacional de la República Checa, precisó la Sociedad Franz Kafka en un comunicado.

Nacido el 4 de mayo de 1939 en Jerusalén en una familia de origen ruso y polaco, Amos Oz cambió su apellido en 1954. De Klausner pasó a llamarse Oz, palabra hebrea que significa “fuerza, coraje”.

Entre sus obras más conocidas figuran Quizás en otra parte (1966), Mi querido Mijael (1968), Tocar el agua, tocar el viento (1973), Un descanso verdadero (1982), Las mujeres de Yoel (1985) , La caja negra (1987),Conocer a una mujer (1989), No digas noche (1994), Una pantera en el sótano (1995), De repente en lo profundo del bosque (2005). Y su autobiografía Una historia de amor y oscuridad, reconocida como una obra maestra de la literatura mundial.

Ganador del prestigioso premio Goethe 2005 en Alemania, Amos Oz también ganó en 2007 el premio Príncipe de Asturias.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/gana-el-escritor-israeli-amos-oz-el-premio-franz-kafka-2013-1

La huella del bisonte

Te invitamos a leer el primer capítulo de La huella del bisonte de nuestro autor Héctor Torres.

La huella del bisonte

Héctor Torres

Karla

1

Un viejo dictador quiso tentar su fortuna y perdió un plebiscito que daba por ganado. Era 1988, año en que Irán e Irak finalizaron su estúpida guerra con un score de cero a cero, y el oso soviético inició su retiro de Afganistán. El mismo en que Raquel se mudaría de la casa en la que vivió buena parte de la vida de su hija, acatando las instrucciones del destino, llegadas bajo el pedestre formato de una orden de desalojo.

La tarde que recibió el documento cumplía treinta y cinco años. Cumplía, también, cuatro meses desempleada. El documento lo recibió su hija, que antes de saber de qué se trataba, se había sentido importante atendiendo la inusual visita del cartero. Con la carta en la mano, la mujer lloró y maldijo al viejo cara de sapo, y la chica la secundó sin tener muy claro las implicaciones del asunto. Una de ellas es que su bicicleta no la acompañaría al que sería su nuevo hogar.

 

Sin saber que disfrutaba del último agosto de esas calles despejadas, la niña se inclinó sobre los pedales para aumentar la velocidad. Luego de un par de enérgicas pedaleadas, se dejó caer con suavidad, inclinando su cuerpo hasta tropezar la punta del asiento. Aprovechando el impulso y la larga recta, atravesó la calle balanceando la pelvis hacia delante y hacia atrás con expresión ausente, sintiendo la vibración producida por las irregularidades del asfalto, que se expandía a todo el cuerpo cada vez que se inclinaba sobre el manubrio.

Aunque la tarde estaba fresca y la brisa le daba de lleno, una expresión concentrada endurecía su cara de niña. Rodó sin prisa hasta detenerse frente a una pared verde agua. La puerta estaba entreabierta. Con un empujón de la rueda delantera entró en la casa, dejando en el pasillo la bicicleta y su duro asiento de cuero negro, humedecido por el dulzor de su intimidad.

Sin detenerse a saludar, subió corriendo hasta su cuarto.

¿Te acordaste?, preguntó una voz desde la cocina.

Me baño y bajo, respondió sin aminorar la carrera.

La piel le brillaba por el sudor. Olvidó llevar a casa la fruta que la mamá le había encargado del abasto, pero no quiso distraerse con eso. Estaba urgida por mitigar la agitación que había alimentado con cada pedaleada.

Y sabía cómo hacerlo.

Lo descubrió sin proponérselo, un par de meses atrás. Ese cuerpo que se le volvía extraño le había estado enviando perentorias señales, y una tarde calurosa cedió a su invitación, abriendo una puerta enorme. Luego de atravesarla, asustada por lo que había descubierto, huyó de la soledad de su cuarto y de esa pesada puerta que no sería fácil volver a cerrar. Una puerta que daba a un salón largo y húmedo, sin fondo aparente.

Ese día, en un impulso desconocido, agarró la bicicleta y se lanzó a la calle. Apenas se sentó, recibió una plácida descarga que se le regó por el cuerpo como leche tibia. Sintió en las caderas una mezcla de crispación y bienestar que se incrementaba en tanto ejercía presión contra el asiento de la bicicleta.

Comenzó a pedalear con fuerza, dando vueltas a la manzana. Lejos de disminuir, las sensaciones aumentaban con cada vuelta, como la temperatura dentro de su ropa interior. Como cuando tenía ganas de orinar, pero de un modo más inquietante.

Y más placentero.

Luego de varias vueltas, regresó a casa agotada. Al llegar a su cuarto, algo en el pecho, sin definición ni pausa, le impedía estarse quieta. Dejó entonces que el instinto tomara el control. Cerró la puerta, echó el seguro y, con prisa, se quitó toda la ropa. La mamá dijo algo que no escuchó.

Se me olvidó, respondió.

Las medias, la franela, el sostén, parecían casas arrasadas por un huracán. Del otro lado del mundo la mamá insistía en decir cosas que ella no lograba descifrar. Se paró frente al espejo y se sobresaltó. Cada día lo mismo. La chica desnuda frente a sí le parecía tan distinta a la que era apenas uno, dos años atrás. No dejaba de asombrarle con qué prisa le crecían los pechos, con sus manchas oscuras que se derramaban espesamente, como sirop de chocolate.

Se paró al lado de la cama que en un tiempo compartió con Sarah y Cristina, e inició los ritos que sus nuevas formas le sugerían. Ondular el cuerpo, mover las caderas, ensayar poses y miradas de vampiresa, bailando frente al espejo, sin quitarle la vista a sus trémulos pechitos. Una música venida de adentro le hacía girar la pelvis, con una cadencia rítmica y natural, como la de la cadena de su bicicleta.

Se convertía, entonces, en Madonna. O en Cindy Lauper. Cientos, miles de miradas masculinas deliraban ante sus movimientos. Otras veces se sentía Catherine Fullop, Gigi Zanchetta, Rudy Rodríguez, las heroínas de las telenovelas que seguía con devoción, acompañándolas en sus lágrimas y risas a través de las veleidades del amor. Vuelta de nuevo a su tarima imaginaria, sin detener la danza, comenzó a bajarse las pantaletas, con el mismo susto de siempre, mirando de reojo de cuando en cuando, como si viera furtivamente una película prohibida.

Desnuda del todo, con la prenda de corazones estampados enredada en uno de sus tobillos, se detuvo. Suspiró hondo, desde muy adentro, para aquietar la respiración. Le turbaba verse los huesos de la cadera, o los vellos que cubrían su pubis. Una lanita oscura, que comenzaba a tupirse. Se recorría el cuerpo con las manos y, aun sintiendo el contacto, no dejaba de sentirlo ajeno, de pensar que esa era una desconocida.

Sus novedades la excitaban tanto como las palabras que las nombraban. Verse en el espejo, tocarse y repetir vello púbico, provocaba un hilito de frío en su pecho. Nalgas, decía, y clavaba sus deditos en la carne. Pezones, y la mirada le brillaba y en sus labios resbalaba una sonrisa. Pezones, repetía y los rozaba con las palmas de las manos, o los halaba suavemente, mientras adquirían una turgencia inmediata. Le asombraba constatar las dimensiones que adquirían. Tocar y nombrar le generaba el deseo de seguir deslizando sus manos por esa piel que aún exhibía una tersura infantil. Apretó duro las piernas entre sí y suspiró cuando el ardor alcanzó sus caderas.

El instinto no requiere adiestramiento. Aunque le avergonzaba admitirlo, conocía el método para calmar esa inquietud cuando resultaba intolerable. Se metía al baño del cuarto, abría el grifo de la regadera y entraba en ella. El agua resbalaba por su cuerpo. Una mano abrazaba su garganta. Cerraba los ojos. Conocía el santo y seña y lo había convertido en ceremonia cotidiana. Deslizaba su índice desde la garganta hacia abajo, atravesando el pecho, el vientre, los más viejos recuerdos, la calle solitaria, los sueños impronunciables, el desasosiego, la lanita mojada… Cuando tropezaba con el sitio, daba un respingo.

Entonces comenzaba a frotar.

Después del baño, las emociones eran ambiguas. Aunque distendida, la abrumaba la culpa. Terminaba de vestirse cuando un sonido brusco la sobresaltó. Habían intentado abrir la puerta, y se alivió al recordar que había puesto el seguro.

Se enfría la comida, señaló una voz. Sin jugo, porque se te olvidó otra vez la fruta.

En un gesto mecánico agarró el cepillo y, aún temblando, se peinó frente al espejo.

Ahora te la pasas encerrada, se quejó la voz alejándose por el pasillo.

Karla echó un último vistazo al espejo en busca de elementos delatores y, al no encontrarlos, salió del cuarto. No sin antes buscar con la vista a Cristina y Sarah, que desde los clavos en la pared en los cuales fueron a parar hace algún tiempo, observaban con actitud neutral, sin juzgarla ni secundarla.

 

Es como un calambre rico que empieza aquí y se riega hasta acá, se confesaba a sí misma, tratando de explicarse lo que le producía el contacto de su dedo con el botoncito. Debo ser una enferma, se reprochaba en las noches, dando vueltas en la cama, intentando reprimir el deseo de seguir descubriendo. Pero era un calambre vicioso y había que tener mucha fuerza de voluntad para evitarlo. Sus manos de uñas cortas erraban por la quietud de la sábana hasta que caían, sin querer, en el botoncito.

En esas noches se dormía tarde, extenuada por la euforia.

 

La bicicleta te está sacando piernas de futbolista. Ve a ver si paras un poco, le repetía la mamá cuando, en las noches, veían televisión en la sala. Karla, en guardia de inmediato, se estiraba instintivamente la batita de dormir para cubrirlas de la vista que husmeaba.

Pero sabía que era en vano. Raquel, que todo lo descubre, tarde o temprano se enteraría.

 

 

Héctor Torres (Caracas, 1968) Escritor y promotor literario. Cofundó y dirigió el portal Ficción Breve Venezolana y es el creador del Premio de la Crítica a la Novela del Año en su país. Ha participado como compilador y prologuista de diversas muestras de narrativa joven en Venezuela. Actualmente colabora en diversos medios impresos y electrónicos, promoviendo la literatura venezolana. Como escritor, obtuvo mención especial en el Concurso de Cuentos de Sacven (2001, 2003), y en la primera edición del Premio de Cuentos Policlínica Metropolitana para Jóvenes Autores. Entre sus obras resaltan: Trazos de asombro y olvido (1996), El amor en tres platos (2007), Caracas muerde (2012), y La huella del bisonte, esta última, finalista de la bienal Adriano González León (2007) y publicada por primera vez en el año 2008 por Editorial Norma.

 

Si quieres seguir leyendo La huella del bisonte, puedes adquirir el libro aquí.

Bucephalus, The Horse

Here are two fragments pertaining Bucephalus, the horse of Alexander The Great. The first one was written in 344 B.C. by Plutarch in his Parallel Lives. The second one was written by Kafka in the beginning of the 20th Century. The fate of Bucephalus illustrates the fate of mankind. So here are the stories:

 

Dark Horse

by Plutarch

When Philonicus the Thessalian brought to Philip the horse Bucephalus, who was on sale for thirteen talents, the king and the court adjourned to the paddock to put him through his paces. The animal seemed illtempered and unmanageable and would not suffer any of Philip’s people either to mount or to speak to him, but shied at everyone. Philip was greatly annoyed and ordered Philonicus to take the brute away, asserting that he was absolutely wild and unbroken. But Alexander, who was present, exclaimed, “What a magnificent horse they are throwing away! It is ignorance and cowardice that prevents them from managing him!” At first Philip said nothing, but when Alexander kept reiterating his protest and had worked himself up into a state of excitement, Philip remarked, “Do you find fault with your elders because you know more yourself, and are better able to manage a horse?” “This horse at any rate,” replied Alexander, “I should manage better than anyone else!” Then Philip said, “If you fail to manage him, what forfeit will you pay for your rashness?” “By Zeus,” exclaimed Alexander, “I’ll pay the animal’s price to the last penny.” A laugh went around upon that, and then, when the amount of the forfeit money had been mutually arranged, Alexander ran up to the horse and, seizing the bridle, turned him facing the sun, for he had noticed, I imagine, that the animal was thoroughly frightened at the sight of his own shadow falling and dancing before him. In this way he led him for a short trot, and then stroked him down. When he saw his temper and wind restored, he quietly slipped off his cloak, swung himself upon the horse’s back, and safely bestrode him. Pulling lightly on the reins, he held him in without help of either whip or spur, but when he saw that the horse had ceased jibbing and was eager for a race, he let him have his head and now urged him on with a heartier use of voice and spur. Philip and his court were at first anxious and silent, but when the young prince turned and came straight back at full gallop, radiant with happiness, the whole company raised a cheer, and his father is said to have wept with joy and, kissing his head as he dismounted, to have exclaimed, “My son, seek a kingdom worthy of thy greatness! Macedonia is too small for you.”

 


 

The New Advocate

by Franz Kafka

 

 

We have a new advocate, Dr. Bucephalus. There is little in his appearance to remind you that he was once Alexander of Macedon’s battle charger. Of course, if you know his story, you are aware of something. But even a simple usher whom I saw the other day on the front steps of the Law Courts, a man with the professional appraisal of the regular small bettor at a racecourse, was running an admiring eye over the 
advocate as he mounted the marble steps with a high action that made them ring beneath his feet. 
       In general the Bar approves the admission of Bucephalus. With astonishing insight people tell themselves that, modern society being what it is, Bucephalus is in a difficult position, and therefore, considering also his importance in the history of the world, he deserves at least a friendly reception. Nowadays — it cannot be denied — there is no Alexander the Great. There are plenty of men who know how to murder people; the skill needed to reach over a banqueting table and pink a friend with a lance is not lacking; and for many Macedonia is too confining, so that they curse Philip, the father — but no one, no one at all, can blaze a trail to India. Even in his day the gates of India were beyond reach, yet the King’s sword pointed the way to them. Today the gates have receded to remoter and loftier places; no one points the way; many carry swords, but only to brandish them, and the eye that tries to follow them is confused. 
 So perhaps it is really best to do as Bucephalus has done and absorb oneself in law books. In the quiet lamplight, his flanks unhampered by the thighs of a rider, free and far from the clamor of battle, he reads and turns the pages of our ancient tomes. 
 
Translated by Willa and Edwin Muir
 
Sources:
Dark horse: http://www.laphamsquarterly.org/voices-in-time/dark-horse.php
The New Advocate: Kafka, The Complete Stories, Schocken Books, 1971

 

Cuento de Francisco Massiani

Para celebrar el cumpleaños de nuestro autor Francisco Massiani, les presentamos “Zapato nuevo, zapato solo” uno de los cuentos contenidos en su libro Florencio y los pajaritos de Angelina su mujer. ¡Disfruten! 

Si les interesa leer el resto de los relatos pueden conseguir el libro haciendo click aquí.

 

Zapato nuevo, zapato solo

 

por Francisco Massiani

 

A Luis Yslas Prado

 

En tardes así, aun la promesa de una fiesta cercana no nos sirve para nada. Lo digo porque ayer cuando me fui al café de los pájaros sabía que el sábado me encontraría con Yoli, que todos estaríamos reunidos, que podría deshacer durante algunas horas ese sabor a tedio viejo que me viene gastando desde hace tanto.

            Son tardes en las que a uno le da tristeza saber que se está estrenando un par de zapatos nuevos, que la vieja nos ha dejado un dulce que trajo de la pastelería de la esquina, que daña el recuerdo de nuestro viejo caminando encorvado por el cansancio o tal vez otro recuerdo que también lo daña. Jode ver al mozo con una chaqueta recién llegada de la lavandería, te entristece la carrera de una señora elegante para evitar que un automóvil le salpique el charco en el vestido, que un niño tenga que regresar tan tarde después de tanto tiempo en el colegio. Tú ves a la gente en los automóviles y te parece increíble que no detengan los motores, que no se abracen en la calle, que no inventen una fiesta en vez de seguir sudando tanta irritación inútil, a ti mismo te duele pensar en qué va a parar el pantalón que te compró tu hermano en tu cumpleaños. Duele hasta la sonrisa del mozo cuando te deja el café y se esconde detrás de la puerta para darle una aspirada al cigarro. El tiempo va envejeciendo unas ganas horribles de abrazarte a ti mismo, de ser buenos con tus manos, de darles un golpecito amistoso a las rodillas, de rascarte con cariño la cabeza, la pierna, de pintarte un barco en el brazo. No sé. Provoca subir a cualquier piso, tocar a cualquier puerta y decir que han sido premiados con chocolates o flores, que el domingo ganarán un premio de juventud eterna. Pero no quedarse sentado dejando que se pudra tanta tristeza inútil, esa madurez de vida maltratada sin sentido que te retuerce la garganta.

            En tardes así uno debería quedarse en casa y jugar cualquier cosa, no salir a la calle, meterse bajo la cobija y tomarse un cafecito. Fumarse un cigarro. Qué sé yo. Pero uno no debería salir de la casa. Yoli lo sabe. Yo se lo dije el otro día. Pero Yoli no entendía. Me decía que los dos estábamos bien. Que por qué esa tristeza de repente. Que podíamos ir al cine. Que después teníamos una fiesta. Que por favor no me pusiera tan viejo y tan grave y tan tonto con la vida.

            Yoli tiene razón. Además es una mujer joven y es bonita y tiene un cuerpo que te invita a la vida cuando la ves ahí a tu lado, y cuando se desnuda casi te pones a llorar y te dices que no es verdad, y no puedes creer que ella, tan bonita, esté desnuda. Que sea tan joven. Pero es que a pesar de todo, Yoli, entiéndeme, de golpe te pones a recordar por ejemplo la vez que tu vieja se puso a coserte el cuello de una camisa para que fueras elegante a la fiesta. Te pones a recordar la soledad de aquel profesor de música. Te pones a recordar y te juro que hasta sientes lástima por la caja de fósforos que botaste en la playa y se quedó sola en la orilla esperando que el mar la arrastrara adentro, Es estúpido, lo sé. Yoli tiene razón, pero entonces ¿por qué tendrá uno que comprar unos zapatos, verlos brillantes y nuevos, y pensar en el momento en que tu vieja entró en la zapatería y preguntó si tenían zapatos de punta chata? Qué sé yo, no sé, Yoli tiene la razón, toda la razón del mundo, qué vaina.

            Ella decía:

            –Pero no lo veas así, por favor, Juan.

            Claro que tenías razón. Yoli, lo sé. Le dije que no sólo los zapatos, que casi todo.

            –Pero tiene que haber zapatos –dijo ella.

            –Supongo –dije.

            –No seas tan tonto, Juan, por favor, piensa que tendremos una fiesta. A ti te encanta.

            –No puedo dejar de pensar en los zapatos nuevos, Yoli.

            –¿Por qué no te los quitas? –me dijo.

            –No debí decirle a la vieja que los comprara –dije yo.

            Yo decía tonterías y ella trataba de animarme y yo seguía siendo un perfecto idiota triste que no podía alegrarse y ser feliz con una muchacha joven y bonita y que merecía ser feliz lo más pronto posible. Pero no podía. Y tampoco eran los zapatos.

            –¿Entonces qué? –preguntó ella.

            Yo no lo sabía. Claro que eran los zapatos pero era algo más que los zapatos.

            –Dios mío –dijo ella–. Justo hoy tienes que ponerte así…

            Dejamos el café y caminamos. Íbamos uno al lado del otro y yo trataba de olvidarme de mí. Trataba de sacarme esa estúpida sensación de cosa triste que me parecía la vida, y no podía. No pude, mejor dicho, no pude hacerlo. Uno no debería salir en días así, de verdad, uno debería quedarse en cama, dormir un poco, no sé, cualquier cosa pero no salir y menos con Yoli, que cuando salíamos de casa de los Fernández me pidió que por favor la besara, que por favor dejara de mirarla como si estuviera muerta. Yo la besaba, me gustaban sus besos, es verdad, incluso me provocó amarla en el auto, llevarla a laguna colina y amarla, pero podía más esa cosa de vida inservible, de tristeza madura, de juego ridículo que significaba vivir, comprarse unos zapatos nuevos. Le pedí que miráramos la ciudad, que se me pasaría todo, que me contara qué había soñado en esos días.

            –No sé, no me acuerdo –me dijo.

            –Trata de acordarte –dije.

            –No puedo, pero ¿por qué tiene que ser de sueños? ¿Por qué no hablamos de ti, de lo que te está pasando?

            Nos fuimos a una colina, cerca de El Hatillo. Yo me bajé del auto, cogí los zapatos y los arrojé cerro abajo. Se veía la ciudad y sentí frío en los pies. Se veían las luces de la ciudad. Con la altura el aire era más frío que en la ciudad abajo. Volví al auto y ella se rió.

            –Tonto, eran lindos –me dijo.

            Pensé en la vieja y se me amargó algo espeso que no me dejaba tragar. Ella me había dejado los zapatos al lado de la cama. Al despertarme los vi, estaban separados, se veían solos y demasiado nuevos, como si algún huésped elegante hubiera pasado la noche en casa y los hubiera olvidado junto a mi cama.

            –¿Qué te pasa, Juan, por qué estás llorando?

            Qué diablos, es todo tan estúpido, tan insignificante, tener que llorar por recordar los zapatos… Me gritó, porque bajé entre los árboles, no se veía bien, lo peor eran las espinas. Yoli arriba me gritaba, me pedía que subiera, que dejara la locura. Me resbalé de una raíz y me fui rodando hasta que un tronco de un árbol pequeño me aguantó, golpeándome la espalda. Los zapatos no aparecían por ninguna parte. Me había roto el pantalón de mi cumpleaños y los gritos de Yoli arriba; era tan desesperadamente insignificante y estúpido todo. Dios mío, era tan ridículamente innecesario todo eso…

            Uno estaba a mi lado, la luz de la noche clara brillaba en la punta. Lo guardé en el bolsillo del pantalón y continué buscando el otro. Pero se hizo tarde. Yoli debía volver a su casa, habíamos perdido la noche completa en esa tontería.

            –Hasta perdimos la fiesta –dijo Yoli.

 

            Me sentía incapaz de hablarle, de besarla y de pedirle que e perdonara. Al volver a casa, dejé las llaves del auto del viejo sobre la nevera, y me metí en la cama, pasé la noche mirando el zapato, estaba solísimo. Pensaba en mamá, en Yoli, en mi hermano, en el zapato perdido, en el pantalón roto, en la fiesta. No deberían haber noches así, de verdad. Sin poder dormir, mirando un zapato solo.

 

 

 

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Una lección de Lope de Vega

Para todos aquellos que han querido escribir un soneto, aquí les dejamos una lección de Lope de Vega. Es un soneto que decribe cómo escribir un soneto. Aunque se ha repetido a lo largo de los siglos es de esos textos que merecen ser repetidos. Así que sin más, al soneto mismo:
 
 
 
 
Un soneto me manda hacer Violante

que en mi vida me he visto en tanto aprieto;

catorce versos dicen que es soneto;

burla burlando van los tres delante.



Yo pensé que no hallara consonante,

y estoy a la mitad de otro cuarteto;

mas si me veo en el primer terceto,

no hay cosa en los cuartetos que me espante.



Por el primer terceto voy entrando,

y parece que entré con pie derecho,

pues fin con este verso le voy dando.



Ya estoy en el segundo, y aun sospecho

que voy los trece versos acabando;

contad si son catorce, y está hecho.
 

 

 

*Este poema pertenece al dominio público

El episodio infame de Rossetti

Hay ocasiones en que uno tiene que decidir entre proteger una obra o proteger a una persona. El amigo y editor de Kafka, Max Brod, se encontró en una de estas coyunturas: cumplir los últimos deseos de Kafka y quemar sus manuscritos, o violar su promesa y publicarlos. Al final Brod decidió publicarlos, justificando su acción con la idea de que, además de ser muy valiosa la obra, cualquiera que verdaderamente tuviera la intención de realizar semejante quema la llevaría a cabo él mismo. El pintor y poeta prerrafaelita Dante Gabriel Rossetti se enfrentó a una coyuntura similar a la de Brod, pero todavía más radical. Esta vez la coyuntura enfrentaba la preservación de su poesía con la preservación de la memoria de su amante, Lizzie Sidal. El grupo prerrafaelita (pre-rafaelita porque quería regresar al arte simple y no amanerado de antes de Rafael) estaba compuesto sobre todo por pintores que usaban a las mismas modelos. Una de esas modelos era Lizzie Sidal. Millais fue el primero que la usó  como modelo para un cuadro que representaba a la heroina trágica de Hamlet: Ofelia. La pintura representaba a Ofelia ahogada en un río tras el suicidio en el que culminó su locura. La modelo tuvo una terrible enfermedad pulmonar por estar tanto tiempo metida en el agua fría. El que Sidal hubiese sido la modelo de esa escena en particular parece tener un tono profético. Pues poco tiempo después de haber posado para ese cuadro, Sidal se hizo amante de Dante Gabriel Rossetti y las circunstancias se encadenaron de tal forma que culminaron en su suicidio. Aún siendo amante de Lizzie, Rossetti comenzó a salir con otra mujer. Una tarde tuvieron una pelea y Rossetti salió disparado hacia afuera azotando la puerta. Cuando regresó encontró el cadáver de Lizzie: se había suicidado con láudano. Atormentado por la culpa, Rossetti enterró a Lizzie poniendo en el ataúd el cuaderno en el que había escrito buena parte de sus poemas. Las dudas le llegaron después. Unos años tras la muerte de su amante, Rossetti intentó reconstruir los poemas que había escrito en aquel cuaderno, pero su memoria le falló. No podía recordar los versos y no había copia alguna que trajera sus poemas de vuelta. Entonces Rossetti decidió abrir el ataúd de Lizzie y sacar su cuaderno de poemas. Le pagó con “Beer money” a un par de sepultureros y ellos, junto con su amigo Charles Howell, realizaron la tarea. La profanación se había culminado. Ahora podemos leer los poemas de Rossetti. Éste es uno de ellos:

A Death-Parting

LEAVES and rain and the days of the year, 
(Water-willow and wellaway,) 
All these fall, and my soul gives ear, 
And she is hence who once was here. 
(With a wind blown night and day.)
Ah! but now, for a secret sign, 
(The willow’s wan and the water white,) 
In the held breath of the day’s decline 
Her very face seemed pressed to mine. 
(With a wind blown day and night.)
O love, of my death my life is fain; 
(The willows wave on the water-way,) 
Your cheek and mine are cold in the rain, 
But warm they’ll be when we meet again. 
(With a wind blown night and day.)
Mists are heaved and cover the sky; 
(The willows wail in the waning light,) 
O loose your lips, leave space for a sigh,— 
They seal my soul, I cannot die. 
(With a wind blown day and night.)
Leaves and rain and the days of the year, 
(Water-willow and wellaway,) 
All still fall, and I still give ear, 
And she is hence, and I am here. 
(With a wind blown night and day.)

*La historia aparece en Double Coeur de Marcel Schwob y en The Times Literary Supplement, 2/17/12

 

 

La microescritura de Walser

Antes de recluirse en la clínica psiquiátrica de Waldau, Robert Walser comenzó a escribir sus cuentos y novelas en pedazos minúsculos de papel con una letra minúscula (de entre uno y dos milímetros). Escribía con lápiz sobre cartas, postales, pedazos de periódico y cualquier papel que estuviera al alcance de la mano. Era tan pequeña la letra que le bastaron 24 octavos de página para escribir una novela entera (El Ladrón). Tras haber sido internado en la clínica de Waldau y después en la de Herisau, en su natal Suiza, Walser dejó de escribir y se imbuyó de lleno en el descenso de los días, hasta que una tarde en el inverno de 1956 lo encontraron muerto en medio de la nieve. Entre sus pertenencias encontraron una colección de papeles que Walser había mantenido en secreto durante toda su vida. Su amigo y editor Carl Seelig publicó fotografías de los microgramas en una revista literaria, decretando que lo que en ellos estaba escrito era “completamente ilegible” y era prueba suficiente de la demencia de Walser. Sin embargo, uno de los lectores de la revista, no contento con el diagnóstico, se dio a la tarea de descifrar la microescritura y unos meses después logró descifrar un párrafo. Le escribió una carta a Seelig, pero no fue escuchado sino hasta pasados los quince años después de la muerte de Walser. Fue entonces que salió a la luz el tesoro escondido en esos códigos miniatura. Walser había escrito decenas de notas, cuentos y novelas usando una técnica taquigráfica medieval llamada Kurrent. Así fue como comenzó a develarse una buena parte de los textos del autor suizo, que hasta la fecha ha permanecido como un pájaro raro de la literatura, a la vez desconocido por muchos y admirado por unos pocos (pero aunque pocos, picantes: Musil y Kafka, entre otros). Aquí les dejamos una muestra de los microgramas de Walser, que aquí más que nunca se muestra, en palabras del novelista alemán W. G. Sebald, como un “clarividente de lo pequeño”. 

         

*Para mayor referencia ver: http://ndbooks.com/book/microscripts

Chekhov’s Advice

Consejos para escritores
 
Anton Chejov

  • Uno no termina con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.
  • Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.
  • Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo.
  • No pulir, no limar demasiado. Hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es hermana del talento.
  • Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto sino de cómo lo he visto.
  • Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve.
  • Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que faltan al cuento.
  • Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera.
  • Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a leerlo. Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.
  • Te aconsejo: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de las cosas; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad: rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad.
  • Es difícil unir las ganas de vivir con las de escribir. No dejes correr tu pluma cuando tu cabeza está cansada.
  • Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir.
  • Nada es más fácil que describir autoridades antipáticas. Al lector le gusta, pero sólo al más insoportable, al más mediocre de los lectores. Dios te guarde de los lugares comunes. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones. No publiques hasta estar seguro de que tus personajes están vivos y de que no pecas contra la realidad.
  • Escribir para los críticos tiene tanto sentido como darle a oler flores a una persona resfriada.
  • No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo.
  • No es la escritura en sí misma lo que me da náusea, sino el entorno literario, del que no es posible escapar y que te acompaña a todas partes, como a la tierra su atmósfera. No creo en nuestra intelligentsia, que es hipócrita, falsa, histérica, maleducada, ociosa; no le creo ni siquiera cuando sufre y se lamenta, ya que sus perseguidores proceden de sus propias entrañas. Creo en los individuos, en unas pocas personas esparcidas por todos los rincones -sean intelectuales o campesinos-; en ellos está la fuerza, aunque sean pocos.

FIN

FuenteConsejos extraídos de Sin trama y sin final: 99 consejos para escritores, Piero Brunello, en Ciudad Seva: http://www.ciudadseva.com/textos/teoria/opin/chejov02.htm

Sobre el Nobel de Vargas Llosa

Video completo del discurso de recepción:

http://www.nobelprize.org/mediaplayer/index.php?id=1416

The Fumblerules of Grammar

Not long ago, I advertised for perverse rules of grammar, along the lines of “Remember to never split an infinitive” and “The passive voice should never be used.” The notion of making a mistake while laying down rules (“Thimk,” “We Never Make Misteaks”) is highly unoriginal, and it turns out that English teachers have been circulating lists of fumblerules for years.

As owner of the world’s largest collection, and with thanks to scores of readers, let me pass along a bunch of these never-say-neverisms:

  • Avoid run-on sentences they are hard to read.

  • Don’t use no double negatives.

  • Use the semicolon properly, always use it where it is appropriate; and never where it isn’t.

  • Reserve the apostrophe for it’s proper use and omit it when its not needed.

  • Do not put statements in the negative form.

  • Verbs has to agree with their subjects.

  • No sentence fragments.

  • Proofread carefully to see if you any words out.

  • Avoid commas, that are not necessary.

  • If you reread your work, you will find on rereading that a great deal of repetition can be avoided by rereading and editing.

  • A writer must not shift your point of view.

  • Eschew dialect, irregardless.

  • And don’t start a sentence with a conjunction.

  • Don’t overuse exclamation marks!!!

  • Place pronouns as close as possible, especially in long sentences, as of 10 or more words, to their antecedents.

  • Writers should always hyphenate between syllables and avoid un-necessary hyph- 
    ens.

  • Write all adverbial forms correct.

  • Don’t use contractions in formal writing.

  • Writing carefully, dangling participles must be avoided.

  • It is incumbent on us to avoid archaisms.

  • If any word is improper at the end of a sentence, a linking verb is.

  • Steer clear of incorrect forms of verbs that have snuck in the language.

  • Take the bull by the hand and avoid mixed metaphors.

  • Avoid trendy locutions that sound flaky.

  • Never, ever use repetitive redundancies.

  • Everyone should be careful to use a singular pronoun with singular nouns in their writing.

  • If I’ve told you once, I’ve told you a thousand times, resist hyperbole.

  • Also, avoid awkward or affected alliteration.

  • Don’t string too many prepositional phrases together unless you are walking through the valley of the shadow of death.

  • Always pick on the correct idiom.

  • “Avoid overuse of ‘quotation “marks.”‘”

  • The adverb always follows the verb.

  • Last but not least, avoid cliches like the plague; seek viable alternatives.

 

Fuente: http://dmorgan.web.wesleyan.edu/materials/safire.htm

Vonnegut on Plotlines

The Topology of Stories

Vonnegut explains the main plotlines in the history of literature by sketching their shapes in the blackboard.